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28/03/2005

De pesca 

Bueno, como se podrá observar ya se me han pasado varios días sin escribir nada, así que trataremos de condensar los grandes acontecimientos. Tengo que empezar por una frase, de esas que expresan un pensamiento al que nunca habías sido capaz de dar forma de una manera tan precisa y que alguien te dice un poco por broma un poco por convencimiento. Hablando de mujeres y de algunos de sus malinterpretables mensajes a móviles, dice un amigo: "¡como cuando te manda un mensaje diciendo ‘acabo de salir de la ducha, estoy mojada y quiero que me seques’ y realmente lo que quiere es solamente que la seques!”. A lo mejor el sector femenino no lo encuentra ni particularmente gracioso ni se vean reflejadas, pero cuando el río suena es que está muy cerca.

Estoy solo en el piso desde hace unos días y eso me da plena libertad para prácticamente todo: cantar como un poseso, comer sin fregar después y algunas cosas más avanzadas como tocar la guitarra eléctrica de uno de mis compañeros o jugar a su PlayStation... Ayer miré el juego que tenía dentro, un tal “Salt Waters” que me era de lo más desconocido. No sé por qué razón pensaba que se trataba de uno de deportes de invierno, pero no, se trataba de un amenísimo juego de pesca. Ahora que recapacito, el juego es copiado. Pensaba que este tipo de juegos se compraban originales ante la imposibilidad de encontrar ningún amigo que lo tuviera o sencillamente por la vergüenza de “oye, tío, cópiame tu juego de pesca”. El caso es que como uno es hombre de nuevas experiencias, jugué, o intenté jugar. Lo primero que había que hacer era elegir el cebo. Moraleja: donde esté una caballa que se quite un calamar. Luego el sedal, aunque de esto no puedo hacer recomendaciones. Y allá que vas a pasar un ameno día de pesca, con un reloj que te da cinco minutos para capturar algo. De la amplia variedad de vistas que ofrece el juego opté por la subacuática, es decir, el cebo colgando del sedal mientras los atunes, merluzas y demás fauna marina pasean a su alrededor. Y a esperar. De vez en cuando picaba algo, yo tocaba todos los botones y el pez se escapaba en cuestión de nanosegundos. Describiría con más precisión aún todo el proceso, pero creo que con estas pinceladas ya basta.

Y para terminar, anoche vi “Diarios de la motocicleta”, una película que empecé a ver sin mucha convicción y que efectivamente me defraudó. En mi opinión entra en ese grupo de películas que tienen un tema “alternativo” pero suficientemente populachero como para que un montón de gente diga “qué bonita”. Las palabras que me venían a la cabeza era “muy fácil”. Quizá mi sensibilidad sea muy distinta a la general, pero creo que hay temas y formas de tratarlos muy eficaces pero extremadamente explotados. Quiero decir por ejemplo que si tienes una historia como esta en la que vas a contar la juventud preguerrillera del Ché a través de un viaje en moto a lo largo de Sudamérica muy torpe tienes que ser para que la película no haga público. Bueno, a lo mejor sólo se trata todo esto de uno de mis ataques aristocráticos de arte.


22/03/2005

Visitas 

Bueno, ya me he calmado un poco, porque llevaba un rato como una moto, y es que he tenido que recurrir al dopping para sobrevivir a la alergia. El caso es que el antihistamínico que he comprado aquí no es exactamente el mismo y no sé si el medicamento o el haberme tomado un café casi justo después me han puesto hiperactivo. Además, me he secado con una velocidad y una fuerza absurda. De no poder leer porque me lloraban los ojos he pasado a no tener casi saliva para tragar. Y no habría podido llorar ni con la muerte de Chanquete.

Comienzan las visitas. Los primeros, esponja y parienta, que ahora mismo pasean por las calles inmortales de Roma. Y están siendo grandes días porque no recordaré solamente los bonitos paseos por Florencia, sino los infinitos desayunos patrocinados por Nutella y comidas estratosféricas que duran dos horas y media entre sartenes y sartenes de patatas fritas... El paso de Potter y la Abuela será grandiosamente recordado por esos momentazos toscanos. Absolutamente inolvidable el rato en Piazzale Michelangelo contemplando el atardecer en la ciudad más bonita del mundo. Impagable. No vale ninguna foto, hay que tirar de retina hasta que no dé más de sí.


12/03/2005

Ella 

Sí, la hermana de mi compañero. Cada día me deja nuevas perlas con que deleitaros... Por un lado pienso que si sigue aquí terminaré por volverme esquizofrénico y lanzándome siete veces desde mi primero para que parezca que me caigo desde un séptimo... Ejemplo claro de que ya algo me afecta. Por otro lado pienso que si finalmente sucede este blog alcanzará mientras cotas tan altas que seré un Jim Morrison del bloggismo con fenómeno fan post mortem.

Anoche, cuando yo volvía inocente a casa después de un agotador día de viajes y turisteo (se llega cansado, no es irónico) cuál fue mi sorpresa cuando al intentar abrir la puerta de mi casa casi me quedo sin dientes. Y es que no hay que confiarse pensando que porque la cerradura ceda la puerta se va a abrir. Porque puede suceder que, misteriosamente, alguien haya puesto el clásico pestillo con el que ya te puede dar igual tener más llaves que el sereno. Después del primer shock de no verme ya en casa, sino en el pasillo, con la poca lucidez pienso “de alguna manera podré entrar, joder, que es la una de la mañana y no voy a llamar al timbre para despertar a todo el mundo.” Total, que como aquí las puertas son un poco raras, la cerradura encaja en una pseudopuerta que tiene los típicos pivotes arriba y abajo para abrirla en caso de necesidad. Allá que fui. Después del escándalo que supone quitarlos vino el escándalo de combinar subconjunto puerta del infierno con un sueño que te pasas con el “como pille a la piba esta (no había dudas) la apuñalo”. Ante la desolación que me invadió tras unos minutos de forcejeo (el pestillo es de las pocas cosas que funcionan bien en Italia, doy fe) decidí llamar con aire un poco sádico al timbre. De pronto apareció uno de mis compañeros, me abrió, le hice el gesto tan italiano con las manos de “ma che fai?” y me respondió un lacónico “capita”, que significa más o menos “a veces pasa”. Pero allí estaba ella, en pijama asomada a la puerta del cuarto, con cara de soñolienta, como la típica niña de los anuncios que se encuentra a Papá Noel. Estupor infinito.

Pero sigue habiendo más. Esta mañana ha vuelto a suceder. Levantarme y encontrarme con que alguien ha acabado el último rollo de papel higiénico. Para recochineo no había ni quitado el cartón, sino que estaba ahí como diciendo “no, no hay”. Aguantándome las ganas de hacer ciertas necesidades fisiológicas de urgente carácter, he desayunado muy digno, con aire de “puedo aguantar, no vais a poder conmigo”. Y después me he bajado a comprar, pero sin prisas, como un señor. Pero como los señores también son humanos la vuelta del supermercado venía tiñéndose de un dramatismo que rozaba la épica con la más absoluta tragedia. Y ahí estaba ella para dar por saco una vez más. Llego, dejo las bolsas sobre la mesa de la cocina, empiezo a colocar mis cruasanes y aparece con una cara de felicidad inusitada (Yo creo que piensa que ayer vio a Papá Noel). Y me dice “venga, háblame en español que me gusta mucho. Cómo se dice...” y empieza a señalarme objetos sin fin. Yo contestaba a todo, todavía impresionado, preguntándome qué he hecho mal en mi vida. Pero no acaba ahí. Con agilidad de cabra de documental de la 2 se lanza a la pizarra de la cocina, agarra un rotulador y me dice “el verbo ser”. Yo ya sólo pensaba “menudo post sale de todo esto”. Y ahí me he puesto a decirle “yo soy, tú eres (muy cansina), él es, etc...” Luego he logrado escabullirme y he ido al baño. Ganas me han dado de rodear todo este post de comentarios de tipo escatológico que marcaran cronológicamente el ritmo del relato, pero me he abstenido en pro de una mayor adecuación tanto al público neófito que pueda haber como a los más pequeños de la casa, para que todos podáis disfrutar de una nueva entrega de “Anna Franca y yo”.


11/03/2005

De nuevo mujeres italianas... 

A ver, por orden. Qué pedazo de día ha hecho hoy en Florencia, hasta ha habido un rato que al fin he podido ir en manga corta... No olvidéis una cosa: una de las mentiras más frecuentes que os contaréis a vosotros mismos será “hoy me voy a acostar pronto”. Con esto quiero decir que como he faltado mucho por aquí tengo bastante que contar y me acostaré en un rato largo.

La hermana de mi compañero de piso sigue aquí. Me ha confirmado que es rematadamente imbécil. Ayer entro en la cocina a coger unas cosas de la nevera y estaba ella comiéndose una manzana (esto no lo considero extraño) y me dice: “he limpiado las paredes de la cocina, ahora hay más luz”. Yo me incorporo, miro su cara de ilusión, miro la pared, la miro pensando “podrías intentar ser más tonta pero no lo conseguirías”, y cuando me estaban saliendo las palabras “para mí sigue igual” me apiadé y le dije “ah, sí”. Y me fui. Y es que he tenido ya algún encuentro más con ella de semejante carga dramática. Hoy, sin ir más lejos, entro de nuevo en la cocina y me dice “hoy he ido a una clase”. Teniendo en cuenta que no está matriculada y que no sé todavía muy bien qué coño hace en el piso, he vuelto a dejar pasar unos segundos y me he vuelto a apiadar, así que le he seguido un poco la conversación. Supongo que nunca tendré valor para que cuando me cuente cosas así yo le responda como el colega de Will a Carlton “(sonido de pedorreta) me importa una leche”. Qué infierno de mujer...

El otro encuentro reseñable con una mujer italiana es con una pastelera de la que podría decir muchos improperios, y es que cuando mi colega Kike se caga en la pastelera es por algo. El otro día, yendo a una clase cuyo horario es de doce a dos, pensé: “o me como algo o me da un algo en medio de la clase”. Así que me metí en una pastelería y como no tengo ni idea de cómo se llaman los bollos aquí dije el socorrido “uno de esos”. Ella, en principio simpática, vio mi famélica faz y me dijo “¿quieres este que está más gordito?" (la palabra era “ciccione”, habla por sí misma). Yo pensé que qué maja y le dije “sí, sí, claro”. Pero cuál fue mi sorpresa, queridos niños, cuando de la cesta donde estaba junto a sus desvalidos hermanitos el bollo fue directo a la báscula. Yo no sé lo que pesó al final, lo que sé es me salió la broma casi por tres euros. Para llorar.

En otro ámbito diré que hoy he vuelto a alcanzar ese nivel de cansancio estúpido en el que puedes seguir haciendo de todo sin notar la diferencia. Es ese momento en el que te dicen “vamos a tomar algo” y vas, “vámonos a Roma de rodillas” y vas. Es como el umbral de la sensibilidad. Esto enlaza con lo de acostarse pronto, pero veo que mañana tendré que volver a alcanzar este nirvana del turista. Y como ya he escrito bastante, me dejo para otro día el maravilloso mundo de los resúmenes futbolísticos italianos de televisión...

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